“En unión y libertad” es el lema nacional que está presente en las monedas y billetes de curso legal. Su origen se remonta a la Asamblea del Año XIII, en pleno proceso independentista. Es expresión de dos valores fundacionales de nuestra patria y que hoy necesitamos volver a rescatar.
Bregar por la unidad fue un desafío tan gigantesco como urgente, en un territorio extenso y heterogéneo, con etnias diferentes y caudillos que se sentían dueños de sus destinos. Pero primó el objetivo común de construir una nación libre y ese “amor a la patria” que cada tanto se enciende con mucha fuerza en el corazón de los argentinos. Hoy creo que atravesamos una de esas circunstancias.
En estos momentos de crisis, ¿tenemos que estar unidos por una cuestión de “estrategia” contra la pandemia? La respuesta es sin duda afirmativa. Pero no menos relevantes son otras razones mucho más profundas que un acuerdo político o una tregua entre oficialistas y opositores. La unidad es algo más que la coincidencia en un plan o la simpatía con el que piensa igual; diría que es un arduo camino que aún tenemos que recorrer.
Una de esas razones profundas para la unidad podemos encontrarla en la misma dignidad que compartimos y, a la vez, la fragilidad que nos acompaña. Ser humano es tener dignidad de persona y ser frágil a la vez, algo que se manifiesta en la incertidumbre que nos provoca la posibilidad de perder la salud y la difícil situación económica que padecemos de una u otra manera.
Entre las expresiones más altas de nuestra dignidad, la libertad es sin duda la que más valoramos y, en consecuencia, la que más defendemos. Nos está costando mucho quedarnos en casa porque, en cierta manera, el confinamiento es una suerte de restricción a la libertad para entrar y salir de casa, para elegir hacer tal o cual actividad. Pero si aceptamos estos límites voluntariamente es porque estamos convencidos de que es la mejor manera de hacer nuestra parte en la lucha contra el COVID19. Elegir quedarnos en casa empieza entonces a tener otro sentido, mezclado con ese amor del que hablábamos al comienzo y que se expresa con banderas y aplausos repetidos cada noche en nuestras ventanas y balcones.
A la tarea de la unidad no podemos, sin embargo, atribuirle decisiones desacertadas, cuando no, confusas. En un clima social de gran sensibilidad por el dolor de las víctimas y de sus familias, la decisión de otorgar la prisión domiciliaria a delincuentes peligrosos es inoportuna y pone una vez más en evidencia las falencias del sistema penitenciario, una discusión que aún nos debemos. La pandemia no puede ser utilizada como excusa o justificación por quienes hoy se muestran muy preocupados por las condiciones sanitarias de los detenidos y ya perdieron demasiado tiempo en el que se hubieran podido adaptar o construir zonas de aislamiento dentro de los mismos penales u otros espacios adecuados.
Las condiciones de detención ciertamente deben ser dignas. Pero la condena de efectivo cumplimiento no es solo una pena para el culpable de un crimen aberrante sino la manera que tiene la Justicia de hacer sentir a toda la sociedad de qué lado está: del que delinque o del que sufrió y padece aún hoy las consecuencias psicológicas o emocionales por haber sido víctima de un delito.
No nos merecemos tener una Justicia lenta para condenar ni una Justicia rápida para liberar. Las garantías de los detenidos por delitos aberrantes no pueden oponerse a la seguridad de las víctimas y sus familiares. Por eso, los jueces no solo tienen el deber de hacer cumplir la ley sino cumplirla ellos mismos y escuchar a las víctimas. En este sentido, desde hace casi tres años rige la “Ley de derechos y garantías de las personas víctimas de delitos”. Allí se establece el derecho que esas personas tienen a ser escuchadas antes de cada decisión que disponga la libertad del imputado. En igual sentido la “Ley de protección integral de las mujeres” protege tanto a quienes fueron víctimas como a posibles nuevas víctimas de esos delincuentes. Cualquier decisión que contradiga esta normativa es inaceptable.
Si queremos vivir en unión y libertad, nos tiene que unir todo lo que nos ayude a convivir mejor y en paz, trabajando por una Justicia independiente, sin la cual la libertad se convertiría tristemente en un decorado de la democracia.